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miércoles, 12 de agosto de 2009

RUFINO SOLANO: HOMBRE QUE BROTO DE SI LA SABÍA INDÍGENA

EL CAPITÁN RUFINO SOLANO. ORIGEN DE SU HISTORIA, SUS ESPECIALES CONOCIMIENTOS, SU BENÉFICA ACCIÓN EN FAVOR DE LA PAZ, LA VIDA Y LA LIBERTAD.

Autor: Dr. Omar Horacio Alcántara


APORTE ESCRITO POR EL INVESTIGADOR AZULEÑO OMAR HORACIO ALCÁNTARA, DESCENDIENTE DE LOS FUNDADORES DE AZUL Y UNA DE LAS PERSONAS QUE MAYORES CONOCIMIENTOS POSEE SOBRE EL ORIGEN, LA TRAYECTORIA Y LA ACTUALIDAD DE ESA CIUDAD.


El capitán Rufino Solano no llegó al Azul en una expedición militar, simplemente nació en este poblado cinco años después de su fundación. En este lugar, tuvo una infancia normal y feliz, junto a su numerosa familia. Vivía en la zona rural de Azul, a bastante distancia del incipiente pueblo, allí fue donde se crió y se educó junto a otros niños moradores del paraje, sin que a ninguno de ellos le preocupara demasiado saber quien era más originario que el otro.


La familia Solano, estaba asentada en la región de la Sierra Chica (actual Hinojo), a orillas del Arroyo Tapalquén, en cuyas aguas, Rufino acostumbraba nadar con sus hermanos y otros niños amigos, también disfrutaba cabalgando con ellos por los inmensos campos. En este grupo de jóvenes, se encontraban los hijos del cacique Juan Catriel, uno de ellos era Cipriano Catriel, con quien Rufino Solano se llevaba unos días de diferencia, ambos nacieron en el año 1837 y Juan José Catriel era dos años mayor que ellos.


En el lugar, donde no habían fuertes ni cuarteles, los Catriel y las demás familias indígenas vivían en sus toldos e incluso algunos de ellos trabajaban en el campo de del padre de Rufino: Dionisio Solano, que era alcalde rural del Arroyo Azul, aguas arriba, cargo que ocupó durante más de veinte años. Tiempo durante el cual, jamás existió el menor enfrentamiento entre ambos pueblos.


Fue así como Rufino Solano aprendió a hablar la lengua indígena, a rastrear los campos, a domar a “lo indio”, a guiarse en la inmensidad de las pampas, a fabricar lanzas y boleadoras; y un sin fin de cosas más, que le fueron enseñadas por esta gente originaria, incluyendo el respeto, la dignidad y fundamentalmente el valor de la amistad.


En este medio y con estos preceptos, Rufino Solano creció y se hizo hombre, de tal modo que no solo aprendió el idioma del aborigen, a ser “lenguaraz”, de esos habían varios, la gran diferencia con todos ellos era que Rufino también se convirtió “almaráz”, porque también sabía interpretar a la perfección el alma y los sentimientos de los indios pehuenches (catrieles), sus entrañables amigos.


De idéntica forma, Cipriano Catriel, quien luego heredó el cacicazgo de su padre, conocía las peculiaridades de los cristianos y dominaba a la perfección la “lengua Huinca”, más allá que se hiciera asistir por intérpretes, por cuestiones de protocolo. Por este motivo, no llamaba la atención que este grande y buen cacique se mantuviera tan cerca de los cristianos, como es muy bien conocido.


Por aquella época, los catrieles, en su gran mayoría, eran absolutamente pacíficos, amigables y además laboriosos, bastante más que muchos cristianos; confirma lo expresado, la existencia de tratados y de correspondencia en las cuales los catrieles solicitaban arados, bueyes y semillas, no aguardiente, como con malicia se suele decir.


Esta armoniosa y larga convivencia llegó ser de tal magnitud, que además los catrieles formaban parte activa en la protección y defensa de los poblados y de los campos. Prueba de ello, es la existencia de numerosos partes oficiales donde se detallan las funciones de custodia, persecución y captura en contra de los miembros de otras tribus foráneas y también pandillas huincas, que venían a saquear y hacer desmanes a la región. La seguridad era un tema común y así estaba expresamente establecido en los convenios de paz que han llegado hasta nuestros días. Eso tampoco nadie lo puede negar.


Lo cierto es que los “catrieles” patrullaban la zona junto con los “milicos” y los demás pobladores; incluso, estos llegaron a formar parte mayoritaria del ejército que llevó a cabo el famoso combate de San Carlos, que marcó la derrota de los caciques mapuches Juan Calfucurá, Pinsén, entre otros.


En estas acciones, todos ellos defendieron a los suyos, que no eran otra cosa que sus esposas, sus hijos, sus hermanos, sus padres, sus amigos y todos los pobladores que vivían en el lugar, sean ellos indios o cristianos. Por estos obvios motivos, rara vez los catrieles tomaron prisioneros huincas, porque durante décadas convivieron y se protegieron mutuamente del peligro común que representaban las partidas araucanas (mapuches) provenientes desde el oeste, del lado de la cordillera.


El que afirma que la tribu de los Catriel era igual que las demás tribus aborígenes no conoce la historia de Azul o realmente persigue otros fines.


La actual población de ciudad de Azul está compuesta por los descendientes de toda esa gente, a los que debe sumarse el valioso aporte de los inmigrantes, que llegaron luego. Pero junto con todos ellos, son también nuestros antepasados los cientos de cautivas, niños, niñas y demás prisioneros que Rufino Solano salvó y protegió, durante gran parte de su vida. Para que se entienda bien: proteger en aquella época significaba evitar que fueran matados o que perdieran su libertad.


Poe eso, las personas liberadas por el capitán Solano, no eran recuperadas de los toldos de Catriel, salvo motivo especial, como cuando Juan Catriel se llevó al Juez de Paz de Tapalqué Exequiel Martínez y a toda su comitiva, pero fueron estos últimos los agresores e insolentes. En dicha ocasión, nada ni nadie podía torcer la férrea voluntad del bravo Catriel, que no quería liberarlos, hasta que se hizo presente en sus toldos Rufino Solano, un soldado de apenas 19 años, que se retiró llevándose los prisioneros, sanos y salvos. Desde entonces Rufino no cesó de rescatar personas, tanto huincas como indígenas, según detalla la historia.


Para concretar los rescates, el canje de prisioneros o arribar a acuerdos de paz en los toldos de Calfucurá, Namuncurá y de otros caciques que no eran de la zona del Azul, el capitán Rufino Solano se acercaba a ellos con absoluta serenidad, no demostraba temor ni flaquezas, pero si actuaba con gran respeto y lealtad, cumpliendo siempre con palabra dada. De esa manera logró ganarse la consideración y el aprecio de estos jefes aborígenes, y por esa razón, nunca se retiraba de los toldos sin llevarse su preciosa carga, su principal objetivo, que era liberar las personas cautivas. Ellos eran niños, niñas, hombres y mujeres, en su mayoría de estas últimas, que también eran madres, hijas, hermanas y esposas arrancadas del seno de sus hogares y de sus seres queridos. Como aún suele ocurrir en nuestros días, como también es igual el dolor de las victimas de la cautividad y la desdicha de sus desconsolados familiares.


Para realizar estas tareas de rescate, Rufino Solano se jugaba lo más valioso que poseía: su vida y también él tenía una familia que esperaba preocupada su regreso.


Por este ejemplar comportamiento, finalizado el exterminio, los caciques le solicitaron a Rufino Solano que los acompañara como intérprete y “veedor” de sus peticiones de tierras ante el Gobierno. Aunque solo pudieron obtener inhóspitas y miserables tierras que el Gobierno Nacional les terminó “concediendo”, como una limosna. Estas injusticias sucedieron porque en aquella época, salvo casos aislados como el de Rufino Solano, no fueron muchas las voces que se alzaron en favor de los reclamos del pueblo originario. Por ello venían a buscarlo al mismísimo Azul, sabían con certeza que podían confiar en esta persona, que trataron hasta el final de sus días, allá por el año 1913.


El capitán Rufino Solano representa el más claro testimonio de la existencia de una manera civilizada y humana de lograr una integración con el aborigen. Por ello, aún tratándose de un militar, ha recibido ponderados conceptos de don Osvaldo Bayer. Con seguridad, este prestigioso historiador, de aguda inteligencia y de muy respetables convicciones, supo ver más allá del uniforme que vestía el capitán Rufino Solano.


Respecto a la cautividad de personas, solo basta abrir los ojos ante la vil explotación que provoca la trata de blancas, de menores y el tráfico de órganos, o también conflictos políticos y sociales que se presentan en casi la totalidad de nuestro planeta y, por supuesto, también en nuestro propio país.


Al respecto, son patéticos los recuerdos de nuestro pasado reciente y todavía hoy se continúa rescatando hijos de personas secuestradas y/o desaparecidas. La cautividad vulnera flagrantemente el género y avasalla los derechos de la familia toda. Por lo trascendente del tema, muchos autores de nuestro país y del extranjero han resaltado la ejemplar acción desplegada en el pasado por Rufino Solano.


Lamentablemente, gran parte de la sociedad actual desconsidera o se resiste a tomar conciencia del histórico sufrimiento del que ha sido víctima la mujer en el pasado y esa quizás sea precisamente la causa por la cual continúa sucediendo en el presente. En efecto, se conserva una postura lejana e indiferente hacia el género femenino y se razona con los mismos tapujos y dobleces que existían hace doscientos años atrás, desnudando al mismo tiempo idéntica ceguera intelectual y cultural que imperaba en “otras épocas”, duele y preocupa aún más, cuando esta concepción también la encontramos en muchas de sus congéneres.


Todos los nacidos de una mujer deberían reconsiderar seriamente estos equivocados prejuicios, de lo contrario, que clase de sincera y sana solidaridad se puede esperar de una sociedad que adolece de tan grave falencia moral, ante la ocurrencia de hechos como, por ejemplo, el de niña Sofía Yasmín Herrera, en nuestra provincia de Tierra del Fuego, que aún no aparece y a muy pocos les preocupa. Y de tantos otros casos que lamentablemente existen.


Hace varios años, demasiados, que no tengo la dicha de vivir en mi ciudad natal, pero cuando era niño casi a diario iba a la casa de mi abuela materna, doña Manuela Solano, nieta de Dionisio Solano, allí solía encontrarme con varios de los descendientes de la gente de Catriel que con frecuencia la venían visitar. Porque me olvidaba de contarles algo más: ellos también son bastante más agradecidos que muchos de los huincas. Por ello, de todas estas personas guardo un muy cariñoso recuerdo y el gran orgullo por haberlas conocido.

http://elcapitanrufinosolano.blogspot.com/


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